Abro y veo en las circunstancias en la cual me he sumergido, no tengo miedo al vacío hiriente de mi alma, ni a las espigas que dejaron marcas sobre la delicada capa de mi piel, que cubre mi oscuro corazón, puedo obviarlas por breves segundos y hacerme creer en el caso extremo... que nunca existieron, pero están tan presentes como estas palabras, como que yo no podre cargar con esta tonelada de sentimientos, que me ajustan hasta quitarme el aliento.
Hay algo que quisiera escribir antes de dejarlo ir, no seré el ser que todos hubiesen deseado que yo fuera, soy aún peor... soy la lepra que se extiende en las noches frías, que se mueve como sombras detrás de cada esquina, que se muere por verter partir y no volver nunca, soy feliz cuando todos son infelices y mi infelicidad se propaga cuando una sonrisa te maquilla, por lo que en pocas palabras, deberías agradecer el solo hecho, de que no pueda dormir... de tanta tristeza.
Vamos. No somos piadosos cuando culpamos a los demás, nos sienta bien el papel de victima, todos nos miran y quizás en sus mentes divagadoras se preguntarán: ¿Y éstos tontos?, dime, que hemos hecho para que acabara así, para que me odies tanto como yo a ti, para no querer ni saber de la existencia del otro, si alguna vez nos amamos... si alguna fuimos uno, ahora, qué se supone que somos... ahora, qué podrías decirme, ahora... dímelo ahora.
Yo, anónimo.